lunes, 9 de julio de 2007

Hacia un sistema electoral con calidad democrática

Por Gabriela Salazar

El propósito del presente texto es motivar a la reflexión sobre la relación que guarda el sistema electoral con una democracia de calidad; es decir, un sistema electoral con calidad democrática.

Cuando hablamos de reformas electorales, ya sea en México o en Nuevo León, ocurre un hecho singular que hasta el momento ha pasado desapercibido para la mayor parte de los actores sociales y políticos que intervienen en él: se concibe a las reformas electorales como un objeto y un fin en sí mismo, cuando las reformas específicas a una ley sólo son una vía para el diseño de un ente más amplio y complejo: el sistema electoral, que a su vez está inserto en un sistema político (democrático en este caso).

Aunque lo anterior parece obvio, lo más común en los últimos años en el proceso de “reformas electorales” ha sido perder de vista el panorama general y visualizar las reformas en sí mismas, como objetos particulares, sin el contexto integral que las envuelve, y sobre todo, olvidando que el fin no son las reformas a la ley, sino el mejoramiento continuo de un sistema electoral integral que pretende (o debe pretender) ser cada vez más democrático.

Cuando abordamos el temas de las “reformas electorales” (ya sean técnicas, operativas, políticas, partidistas, etc.)[1] ¿sabemos realmente que queremos alcanzar con ellas? ¿hacia dónde se dirigen? ¿qué aspectos del sistema electoral tratan de perfeccionar y por qué ésos y no otros? ¿cuál es el objetivo que buscamos a largo plazo haciendo continuos cambios a nuestras leyes electorales?

Es en este punto donde el discurso sobre la democracia de calidad adquiere una importancia fundamental.

En términos coloquiales, democracia de calidad nos remite a la idea de “qué tan buena es una democracia”. Sin embargo, como la democracia de calidad apenas comienza a ser estudiada en las democracias modernas, especialmente en algunos países de Europa y América Latina[2], su concepto se encuentra aún en evolución y, al igual que la democracia en general, tiene diferentes enfoques y valoraciones.

Aquí trataremos de abordar los conceptos clave de democracia, calidad y sistema electoral, para posteriormente ver qué relación guarda todo esto con las reformas electorales en Nuevo León.

En el caso de la democracia, diremos retomando la definición de Dahl[3], que es un orden político que cumple por lo menos con cinco premisas: participación efectiva, igualdad de votos, comprensión esclarecida, control del programa de acción e inclusión de los adultos.

Tenemos que apuntar además, como lo han hecho diversos teóricos contemporáneos, que la democracia entendida como forma de organización social, política y económica es un ideal conceptual que no existe ni ha existido nunca en su forma pura y lo que conocemos son aproximaciones a los modelos abstractos (la poliarquía de Dahl) .

Conocer estas limitaciones nos permite saber que el segundo concepto que nos atañe, la calidad, debe entenderse siempre como una mejoría a la democracia, sin que se alcance nunca el ideal por completo. La calidad siempre es una aproximación, un paso adelante para la mejoría, un perfeccionamiento continuo.

Leonardo Morlino,[4] uno de los teóricos que han venido estudiando la democracia de calidad, plantea un interesante esquema para abordar el análisis empírico de la misma, y lo hace revisando los enfoques y significados del concepto de “calidad”.

El primer enfoque tiene que ver con el contenido y se refiere a que la calidad consiste en las características estructurales de un producto, su diseño, los materiales, la funcionalidad del bien y otros detalles que lo caracterizan.

Una buena democracia es aquella en la que los ciudadanos, asociaciones y comunidades que la componen disfrutan de libertad e igualdad.

En el enfoque procedimiental, la calidad es definida por los aspectos procedimentales establecidos y asociados a cada producto. Un producto de calidad es resultado de un proceso exacto y controlado llevado a cabo de acuerdo con métodos y tiempos precisos.

En una buena democracia los ciudadanos tienen el poder de verificar y evaluar si el Gobierno trabaja por los objetivos de libertad e igualdad de acuerdo al gobierno de la ley. Monitorean la eficiencia de la aplicación de la leyes, la eficacia de las decisiones del gobierno, la responsabilidad y la rendición de cuentas políticas de los gobernantes electos.

Finalmente, en el enfoque de resultado, la calidad de un producto o servicio se deriva de la satisfacción expresada por el cliente, por la demanda del mismo en más de una ocasión, independientemente de la forma en que fue elaborado o de sus contenidos actuales.

Una buena democracia es por tanto, un régimen ampliamente legitimado, que satisface completamente a los ciudadanos. Cuando las instituciones tienen el completo apoyo de la sociedad civil, pueden alcanzar los valores del régimen democrático.

De acuerdo a este esquema, la calidad tiene que ver entonces tanto con contenido, como con procedimientos y con resultados.

¿Qué relación guarda entonces la democracia de calidad con el sistema electoral?

Partimos de la idea de que el sistema electoral no solamente genera resultados electorales y gobiernos (concepto clásico de sistema electoral: votos traducidos en escaños), sino que influye en una serie de hechos que impactan en todo el sistema democrático, como la participación ciudadana y la apatía, la conducta de los partidos políticos, la opinión pública, los valores cívicos de la comunidad, la legitimidad del gobierno y del sistema político; y por lo tanto, el sistema electoral, como institución básica de la democracia tiene una relación directa con la democracia de calidad.

Los efectos que produce el sistema electoral van más allá de la simple fórmula: candidatos, votos y escaños, sino que su actuación como conjunto social provoca resonancias importantes en la conformación del sistema democrático y especialmente, lo que nos interesa, en la construcción de una democracia de calidad.

De esta forma, la relación sistema electoral-democracia de calidad quedaría sintetizada de la siguiente forma:

El sistema electoral es la estructura institucional que regula la celebración de elecciones libres para la renovación de los poderes públicos y cuyos efectos políticos y sociales pueden contribuir a la mejora del sistema democrático en su conjunto, es decir, a lograr una democracia de calidad.

Ahora bien, si el sistema electoral es un factor clave en la construcción de una democracia de calidad, qué elementos debe tener éste para aproximarse cada vez más a ella?

Desde nuestra perspectiva, dichos elementos pueden ser tres:
a) La participación ciudadana (como contenido)
b) El control institucional (como procedimiento)
c) La satisfacción ciudadana (como resultado)


Veamos por qué.

a) El primer elemento, la participación, representa en términos de calidad de Morlino, la esencial, el “contenido” de la democracia.

La participación ciudadana como contenido del sistema electoral, entendida en su más amplio concepto como la participación efectiva que consiste en “que los ciudadanos cuenten con las oportunidades apropiadas y equitativas para expresar sus preferencias con respecto a la solución final, para incorporar temas al programa de acción y para expresar las razones que los llevan a suscribir una solución en lugar de otra” (Dahl, 1989). Participación en lo electoral pero más allá de lo electoral: en el conjunto de la vida social y política. Participación como sustento y espíritu de la democracia. El sistema electoral debe ser el principal impulsor y causa de la participación ciudadana.

Pero además, recordemos que México arribó a una democracia electoral que no estuvo acompañada de una cultura política de participación democrática. El pasado autoritario produjo una cultura social de ciudadanos pasivos, con escasos mecanismos para la corresponsabilidad y la reciprocidad que supone un Estado democrático.

Por otro lado, y según lo documenta Nohlen en su amplio estudio sobre sistemas electorales[5], las condiciones históricas y sociales de América Latina en general, han provocado que el diseño de sus sistemas presenten cierto déficit en el sentido de una democracia participativa y se han enfocado en mayor medida a cumplir o perfeccionar el concepto de representación, mucho más que el de participación ciudadana.

b) El segundo elemento corresponde a la calidad procedimental. El control institucional y la transparencia como procedimiento básico del sistema electoral. El control como insumo para la rendición de cuentas y el control del poder. Control como vía para fortalecer las instituciones y robustecer la democracia electoral con prácticas y leyes que vayan transformando el contexto antidemocrático que persiste en las nuevas democracias latinoamericanas.

Componentes básicos de este tema son la transparencia y la fiscalización de los recursos públicos de quienes intervienen en el sistema electoral (partidos políticos, organismos electorales, candidatos) y el acceso a la información.

A través de un mayor control ciudadano y vigilancia sobre las instituciones, se consolida el primer elemento: la participación y compromiso ciudadano en los asuntos públicos.

c) El tercer concepto tiene que ver con la calidad en los resultados: la satisfacción ciudadana como parámetro principal de medición del sistema electoral. Significa que los ciudadanos deben ser vistos como motor y fuente del sistema electoral y que exista correspondencia entre las expectativas ciudadanas y el sistema.

Podemos tener un sistema electoral rico en contenido o ideales abstractos, o bien, con procedimientos óptimos que, sin embargo, no responda a las necesidades, expectativas y aspiraciones sociales.

El sistema electoral debe nutrirse continuamente de la opinión y participación ciudadana no sólo en su diseño institucional (de ahí la importancia de la ciudadanización del proceso de reformas electorales) sino en su ejecución y práctica.

Si el proceso político tiene como motor la ciudadanía, es fundamental que ésta exprese sus opiniones respecto al funcionamiento del sistema electoral, a su diseño y al resultado final que obtiene de éste.

La satisfacción ciudadana es importante no sólo como impulsora de la participación ciudadana (si conocemos las expectativas, deseos y hechos que los ciudadanos creen que debe tener una democracia de calidad y un sistema electoral con calidad democrática, podemos cumplirlos mejor), sino porque tiende a crear lazos entre ciudadanos e instituciones, disminuye la lejanía y la apatía, aumenta la confianza y el compromiso social hacia éstas. O como señala Morlino, las instituciones legitimadas y apoyadas por la sociedad pueden diseñar y ejecutar con mayor facilidad, un Estado democrático de participación.
De esta forma, un sistema electoral con calidad democrática sería aquel que propicia reglas que fomentan la participación ciudadana en la vida electoral y política, que facilita la transparencia y el acceso a la información para una mejor rendición de cuentas y control ciudadano sobre las instituciones, y que recoge periódicamente la opinión ciudadana sobre el desempeño institucional, tanto electoral como político, para incorporarla a sus planes de acción.

Estamos conscientes de que una definición de sistema electoral con calidad democrática difícilmente puede ser exhaustiva ni única[6], ni mucho menos cumplida en su totalidad. Recordemos que sólo existen democracias reales, poliarquías. La intención de tener una definición clara es porque a partir de ésta, podemos hacer evaluaciones y mediciones que nos permitan conocer las virtudes o defectos de nuestro sistema electoral e iniciar el camino hacia su mejoramiento.

Este trabajo de análisis del sistema electoral, desde una perspectiva de calidad democrática corresponde a ciudadanos, partidos políticos, organismos electorales e instituciones democráticas, pues sólo evaluando de manera objetiva cada uno de los temas que hoy se encuentran en la agenda política y electoral, podremos contar con un diagnóstico claro y un punto de partida alejado de intereses de grupo, que nos permita propiciar reformas electorales que realmente nos conduzcan a un perfeccionamiento del sistema electoral en beneficio del interés colectivo.

El actual proceso de reformas electorales en Nuevo León debe partir de la idea de que sistema electoral es un factor primordial para lograr una democracia de calidad, para luego, realizar un diagnóstico y evaluación objetiva del actual sistema y a partir de ahí, diseñar propuestas específicas de reforma a la Ley Electoral del Estado de Nuevo León y alcanzar los acuerdos entre todos los actores políticos. De otra forma, las reformas electorales se quedarán -como hasta ahora- en el aislamiento y la dispersión y sobre todo, en el ámbito de los intereses particulares o de grupo, más allá de los beneficios sociales que pretendan alcanzar.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Nohlen, Dieter. (2001). Sistemas electorales y partidos políticos. México: Fondo de Cultura Económica.

Colomer, Joseph. (2004). Cómo votamos. Barcelona: Gedisa Editorial.

Dahl, Robert. (1994). La democracia y sus críticos. Barcelona: Paidós Editorial.

§ Dahl, Robert. (1999). La democracia. Una guía para los ciudadanos. México: Taurus

§ Morlino, Leonardo. (2003). Calidad de la democracia. Notas para su discusión. Ponencia presentada en el Panel “Qualitá Della democracia: quale interdisciplinrieta” en el Congreso Anual de la Sociedad Italiana de Ciencia Política, Trento, 14-16 de octubre de 2003. México: Revista Metapolítica, No. 39. Enero-febrero de 2005.

§ Beetham, David. (2003). Calidad de la democracia. El Gobierno de la ley. Ponencia presentada en el Seminario “The Quality of Democracy: Improvement or Subversion?”, octubre del 2003, Stanford University. México: Revista Metapolítica, No. 39. Enero-febrero de 2005.


[1] Recordemos que cada actor político tenderá a perpetuar aquellas leyes o procedimientos que le reditúen un mayor beneficio en términos de grupo social. Como lo señala Colomer: “Los sistemas electorales son también consecuencia de los partidos políticos, las asambleas y los gobiernos previamente existentes, cada uno de los cuales tiende a preferir aquellas fórmulas y procedimientos institucionales que puedan consolidar, reforzar o aumentar su poder relativo”. (Colomer, 2004)

[2] En América Latina se encuentra el caso de Costa Rica que realizó una auditoría ciudadana a la calidad de la democracia en el 2001, dentro del proyecto “Estado de la Nación”. En Europa, investigadores como David Beetham han estudiado y evaluado la democracia en varios países europeos, entre ellos el Reino Unido, a través de la Auditoría Democrática al Reino Unido (UK Democratic Audit).
[3] Dahl, Robert. (1994). La democracia y sus críticos. Barcelona: Paidós Editorial.
[4] Morlino, L. Calidad de la democracia. Notas para su discusión. Ponencia presentada en el Panel “Qualitá Della democracia: quale interdisciplinrieta” en el Congreso Anual de la Sociedad Italiana de Ciencia Política, Trento, 14-16 de octubre de 2003. Publicado por la Revista Metapolítica, No. 39. Enero-febrero de 2005, México.
[5] Nohlen, D. Sistemas Electorales y Sistemas de Partidos. Fondo de Cultura Económica, México, 2001.
[6] De hecho, ésta constituye una definición propia y que fue elaborada para un análisis empírico del sistema electoral en Nuevo León. Existen hasta el momento variadas definiciones de democracia de calidad, con diversos componentes y valoraciones.